Dudé de la eficacia del tiempo
por haberte tenido lejos,
sin saber siquiera de tus días,
de tus rutinas,
de los lugares que frecuentabas,
de las personas que te rodeaban.
En el proceso del olvido
—para qué engañarnos—
casi siempre se da
el efecto contrario.
Dudé de la eficacia del tiempo
al no tenerte en mis pensamientos
y aun así no poder evitar verte
en los escaparates de las tiendas,
en las primeras páginas de los libros,
en los espejos cuando mis ojos
me devolvían el reflejo triste
de tu mirada, cuando aún brillaba,
cuando aún me querías.
En el proceso del olvido
—y esto lo sabe todo el mundo—
no gana quien primero olvida,
sino quien supera el dolor
de recordarlo todo.
Dudé de la eficacia del tiempo,
porque no por olvidarte iba a ser mejor,
porque no por quererte menos sería libre,
porque no por alejarte ibas a irte.
En el proceso del olvido
—tarde, pero lo supe al fin—
uno aprende que olvidar es imposible
y se va haciendo a la idea
de vivir con el recuerdo a rastras,
como un fantasma inseparable;
vivir con la mirada en el pasado,
con el corazón latente de rabia y engaño,
con los pasos dudosos en aceras interminables;
uno aprende que aunque roto,
que aunque incompleto,
tiene que fingir que la herida no duele
hasta que llega el día
en que aprende a creer en esa mentira
y vive sin dolor:
a eso
se le llama olvido.
Heber Snc Nur
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