“Recuerdo aquella noche. El susurro de una canción lenta, tu respiración, mis latidos y la lluvia ametrallando las ventanas era lo único que rompía el silencio. No nos habíamos molestado en encender las luces, no era necesario; estabas sentada en el alféizar, la luz de la luna acariciando tu piel blanca. Me acerqué a ti. Sonreías al paisaje con un aire ausente; traías la sonrisa más triste del mundo. Te tomé la mano y miré tus ojos, perdidos en ninguna parte. Me sentí afortunado, sabio, como si con mirarte fuera suficiente para tener todas las respuestas. Te veías preciosa. La gente al otro lado de las ventanas no sabía nada, pero en aquel momento me sentí parte de esa belleza abstracta que inspiran los momentos delicados, como robados a la muerte. La belleza se encontraba esa noche dentro de un marco tan perfecto como tu cuerpo, y siempre me pareció raro que no lo hubieras encontrado antes al mirarte al espejo. Luego compartimos un gesto breve y conciso, una caricia que lo decía todo y, dudando, susurraste que me habías echado de menos. Recuerdo no haberte respondido nada, solamente te abracé. Los minutos transitaron con infinita lentitud. La lluvia se desplomaba con rabia y una sombra de nostalgia me veló la mirada. Besé tu frente con delicadeza, como si con aquel acto hubiese podido borrar toda la tristeza que te embargaba. Y seguimos mirando el paisaje en la penumbra, un horizonte velado por la lluvia que sepultaba las calles y edificios mientras la noche, más oscura que nunca, caía sobre nosotros.”
- Heber Snc Nur
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