sábado, 7 de noviembre de 2020

"Sus ojos se robaron mis palabras, como si con mirarla uno pudiera encontrar la salida al laberinto...."

“Sus ojos se robaron mis palabras, como si con mirarla uno pudiera encontrar la salida al laberinto. Eran profundos y parecían exponer un abismo al que le faltaba luz. Admito que me sentí tentado de saltar, de acariciar su rostro con mis yemas temblorosas. Quise hacer tantas cosas pero el miedo congeló cualquier asomo de movimiento. Sólo quería que lo supiera, pero no se lo dije: que durante los días que no nos habíamos visto llegué a echarla tanto de menos que me parecía que todas las mujeres tenían su rostro. Sin embargo, yo también había olvidado muchas cosas. Olvidé, por ejemplo, que hacía poco ella no quería verme, olvidé que los roces constantes habían terminado en peleas y las peleas en distancia, una distancia que ahora que la tenía al frente la volvía más lejana que nunca, como si en cada paso que me separaba de ella estuviesen contenidos todos los kilómetros que pueden crear los silencios y esa indiferencia cruel de aquellos que se dejan llevar por el orgullo. Lo olvidé todo, porque en aquel momento un aura la envolvía, era ella y su magia, su perspicacia de hacerme creer en lo imposible, en lo bonito, hasta hacer trizas ese orgullo que por tanto tiempo me había impedido volver a llamarla para vernos. Pero aquel momento ella estaba ahí, oyendo mis balbuceos, mis tontos pretextos, hasta que mi orgullo decidió marcharse y le dije que la quería. Ella, cruel y hermosa, guardó un silencio infinito, hasta que sonrió y entonces comprendí que todo ese mundo que nos rodeaba comenzó a desvanecerse hasta dejarnos a solas y hacer que aquel instante transcurriese con lentitud, como si el tiempo de pronto hubiese decidido extender ese momento hasta volverlo infinito. Recuerdo que la acaricié con delicadeza y ella no se apartó. Tomé su rostro en mis manos al tiempo que ella acariciaba mis nudillos. Y la besé. Ese roce de labios fue perfecto, como tocar el cielo con la boca. Sentí una paz inexplicable, una paz que ocultaba una guerra interna entre mi cordura y ese miedo que me embargó de pronto, un miedo que me decía que quizá aquello era fugaz o, simplemente, que no era real. Pero me dejé llevar porque la tenía y al juntarnos todo nuestro dolor desapareció con besarnos en silencio. Las heridas sanaron. Ella todavía sonreía entre los besos cuando aquel miedo me embargó nuevamente. Esta vez fue tan fuerte que abrí los ojos y ese vacío salió a flote, como si de pronto aquel mundo que había desaparecido cuando la besaba volvía a solidificar una estancia tan solitaria como mi alma, con los recuerdos como únicos compañeros. La realidad a veces resulta ser un puñal que te clavan por los ojos. Todo este tiempo nunca había abandonado a mi orgullo y ella y yo llevábamos varios meses sin vernos. Suspiré. Todavía llevaba impregnado el sabor de sus labios en los míos.”

- Heber Snc Nur

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